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Queridos hermanos:
Nos dijo el Papa Francisco en su homilía el 2 de febrero de 2019: «Si recordamos nuestro encuentro decisivo con el Señor, nos damos cuenta de que no surgió como un asunto privado entre Dios y nosotros. No, germinó en el pueblo creyente, en medio de tantos hermanos y hermanas, en tiempos y lugares precisos. El Evangelio nos lo dice, mostrando cómo el encuentro tiene lugar en el pueblo de Dios, en su historia concreta, en sus tradiciones vivas: en el templo, según la Ley, en clima de profecía, con los jóvenes y los ancianos juntos (cf. Lc 2,25-28.34). […] Dos jóvenes van presurosos al templo llamados por la Ley; dos ancianos movidos por el Espíritu. […] Así es como nace el encuentro con el Señor: el Espíritu revela al Señor, pero para recibirlo es necesaria la constancia fiel de cada día. Sin una vida ordenada, incluso los carismas más grandes no dan fruto. Por otro lado, las mejores reglas no son suficientes sin la novedad del Espíritu: la ley y el Espíritu van juntos. […] Dios nos llama a que lo encontremos a través de la fidelidad en las cosas concretas: oración diaria, la Misa, la Confesión, una caridad verdadera, la Palabra de Dios de cada día. […] Si esta ley se practica con amor, el Espíritu viene y trae la sorpresa de Dios».
Consejo de la semana: Revisa tu fidelidad a las ‘cosas concretas’ que menciona el Papa: oración diaria, Misa, Confesión, caridad verdadera con obras, meditación y acogida diaria de la Palabra. ¿Ya las has puesto en el primer lugar en tu vida?
Gracias por ser parte de nuestra familia de fe. Dios les bendiga abundantemente.
P. Ángel
En la sinagoga de Nazaret, donde se había criado, Jesús lee en el libro del profeta Isaías: “El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva” (Lc 4,18) y pronuncia una homilía de una línea “Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír” (Lc 4,12). De este modo Jesús lee su vocación y su misión en la Palabra de Dios, que deja de ser una promesa profética y se convierte en realidad en su obra misionera. En Jesús la Palabra siempre se cumple “hoy”. Pero esta Palabra pide también ser realizada en cada uno de nosotros, en la Iglesia entera, gracias a la obra de Jesús quiere realizar en cada uno (la salvación) si se lo permitimos. ¿Cómo te estás alimentando de la Palabra diariamente? ¿Encuentras en ella la ruta para tu vida? ¿Qué Palabra se ha cumplido/se cumple hoy en tu vida?
Consejo de la semana: En tu oración diaria medita las lecturas del domingo, o las de la misa del día. Háblale al Señor de lo que te dicen las lecturas, de lo que te inspiran decirle como respuesta, de cómo te gustaría ser, de tus planes y proyectos, de tus faltas, de lo que te hace feliz y de lo que te hace sufrir. Y, por último, no olvides un espacio de silencio de al menos 5 minutos. Recuerda que lo más importante en la oración es lo que Dios nos dice y lo que Dios hace en nosotros mientras estamos a solas con Él y para Él en su presencia.
Hoy asisten María y Jesús a una boda en la que a los novios se les ha acabado el vino. Pero una boda sin vino no es una fiesta. El mensaje es claro: la boda sin vino, sin fiesta, es la vida sin Dios, en la que no hay alegría; por el contrario, la boda con el vino nuevo es la vida con Dios. El vino de los novios de esta boda se había acabado, igual que la alegría y el gozo que se fundamentan en las posibilidades humanas se acaban. El vino (=la vida y la alegría) que ofrece Jesús es nuevo, distinto al que tenían los novios (y por supuesto, muchísimo mejor, además de sobreabundante) porque es el que Dios da. El vino que Jesús regala a los novios apunta al vino que nos dará en la Eucaristía, un vino que es Él mismo. La Eucaristía es la fuente de la vida y la alegría verdadera. La Eucaristía es el sacramento del Misterio Pascual de Jesús, de su “hora”. El hombre de nuestro tiempo piensa que puede conseguirlo todo y solucionarlo todo por sí mismo, que con la técnica y la ciencia y la solidaridad va a conseguir la realización y la felicidad. No se da cuenta de que todo lo que hace sin Dios no da los resultados esperados y al final pasa. ¿Nos damos cuenta de que no hay otra solución que la que propone María: “Hagan lo que Él les diga”?
Consejo de la semana: Ora diariamente en tu hogar. Trata de que sea cada día a la misma hora. Prepárate un lugar que sea acogedor. Enciende una vela. Abre la Biblia. Coloca un crucifijo o la imagen de Nuestro Señor. Quizás también la de la Virgen o algún santo. Adopta una postura cómoda, pero sin que haya peligro de que te duermas. Para dejar a Dios actuar en ti en la oración tienes que estar bien despierto. Dedica cada día al menos 30 minutos. Invoca al Espíritu Santo y pídele que te abras a la presencia amorosa de Dios.
La fiesta del bautismo del Señor cierra el ciclo navideño. En Navidad Cristo se manifiesta a los pobres y humildes en Belén. En Epifanía se manifiesta a todos los pueblos. Hoy en el bautismo se completan las anteriores con una manifestación de la divinidad de Jesús por parte del Padre y del Espíritu. “Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto” (Lc 3,22), dice el Padre. ¿Cómo hacemos para escuchar al Padre manifestarnos que Jesús es su Hijo, el amado? Hemos visto durante todo este tiempo cómo Dios viene a nosotros esperando ser acogido. De nuestra acogida –no de no hacer cosas malas y “portarnos bien”, ni siquiera de “cumplir con Dios”– depende nuestra salvación: la comunión con Dios y los hermanos. Este proceso no llegó a su fin con nuestro bautismo, sino que comenzó ese día. Debemos dejar que Dios lo lleve a su culminación colaborando con Él. Si repasáramos el año que acaba de terminar, ¿podríamos comprobar que hemos avanzado en la acogida de Dios en nuestras vidas?
Consejo de la semana: Hoy concluye el breve tiempo litúrgico de la Navidad y, a la vez, nos encontramos iniciando un nuevo año. Te invito a tomar, de las cosas que has visto en tu oración personal que Dios te pide, una o dos, y poner manos a la obra sin dejar pasar un día más. Te sugiero: (a) adoptar la costumbre de confesarte mensualmente, (b) adoptar la práctica de dedicar al menos quince minutos semanales a la adoración eucarística, (c) adoptar la práctica de orar diariamente media hora tomando como apoyo las lecturas de la Misa de cada día.
La Epifanía es una de las fiestas litúrgicas más antiguas, más aún que la misma Navidad. Comenzó a celebrarse en Oriente en el siglo III y en Occidente se la adoptó en el curso del IV. Epifanía, voz griega que a veces se ha usado como nombre de persona, significa "manifestación", pues el Señor se reveló a los paganos en la persona de los magos. Tres misterios se suelen celebrar en esta sola fiesta, por ser tradición antiquísima que sucedieron en una misma fecha aunque no en un mismo año; estos acontecimientos salvíficos son la adoración de los magos, el bautismo de Cristo por Juan y el primer milagro que Jesucristo, por intercesión de su madre, realizó en las bodas de Caná y que, como lo señala el evangelista Juan, fue motivo de que los discípulos creyeran en su Maestro como Dios. Para los occidentales, que aceptaron la fiesta alrededor del año 400, la Epifanía es popularmente el día de los reyes magos. El verdadero rey que debemos contemplar en esta festividad es el pequeño Jesús. La estrella condujo a los magos junto al Niño Divino, al que buscaban para adorarlo. Los magos supieron utilizar sus conocimientos —en su caso, la astronomía de su tiempo— para descubrir al Salvador, prometido por medio de Israel, a todos los hombres. ¿Qué recursos utilizo yo para llegar al encuentro personal con Jesús? ¿Qué me impide reconocer la “estrella” que Dios hace brillar para guiarme? ¿Estoy dispuesto a hallar al Niño en la humildad del “pesebre”?
Consejo de la semana: Te invito a meditar en el silencio de tu oración personal qué desearías ofrecerle al Niño como regalo este día. Pregúntale también a Jesús qué es lo que Él desea que le regales, que le entregues. No olvides que lo que le niegas a Jesús te lo niegas a ti mismo, y lo que le entregas a Jesús te lo das a ti mismo.
«La Palabra era Dios… y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros» (Jn 1, 1.14). El Hijo de Dios es el Mensajero y el Mensaje. Un mensaje divino en forma humana para que pueda ser entendido y acogido por nosotros los seres humanos. Sin embargo, «vino a su casa, y los suyos no lo recibieron» (Jn 1, 11). Dios pone todo de su parte para que podamos responder, pero la respuesta depende de nuestra libertad. Si no queremos escuchar, si queremos escuchar sólo lo que nos conviene, si queremos interpretar el mensaje a nuestro modo, reducirlo a dimensiones humanas, si nos empeñamos en acogerlo con nuestras solas capacidades sin dejarnos convertir, transformar por Dios, para que el mensaje divino pueda también vivir en nuestra humanidad, entonces lo perdemos todo, frustramos la razón de nuestra existencia y nunca seremos felices. Entonces no tendremos Navidad. Sólo podremos decir “felices fiestas” sin saber realmente de qué se trata. «Pero a cuantos lo recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre» (Jn 1, 12). La fe –confiar y obedecer– hace posible lo imposible, porque «para Dios todo es posible» (Mt 19, 26).
Consejo de la semana: Revisa cómo vas en tu práctica del examen de conciencia diario. Si todavía no lo logras, ponle un poco más de esfuerzo y cuidado. Acude a un sacerdote si encuentras dificultades o tienes dudas.
Al comenzar un nuevo año civil damos gracias a Dios por bendecirnos continuamente: por su fidelidad a pesar de nuestras infidelidades, por su bondad a pesar de nuestra maldad, por su generosidad a pesar de nuestro egoísmo, por su amor a pesar de nuestro desamor. Queremos vivir cada día del nuevo año firmemente apoyados en Dios, la Roca firme, el único que da estabilidad a nuestros vaivenes y fortalece nuestras debilidades permitiéndonos enfrentar el futuro con confianza. Reafirmamos nuestra fe en Aquel que es Señor del tiempo y de la historia: origen, centro y meta de nuestra historia personal y comunitaria; Aquel que con Amor nos conduce al Amor. Al cruzar el umbral de este Año Nuevo, celebramos la Solemnidad de Santa María, Madre de Dios, a quien invocamos justamente como Puerta del Cielo, para que bajo su amparo estos próximos meses –vividos a ejemplo de María en comunión con Dios– sean para nosotros verdadero camino hacia el Cielo. Hoy también la Iglesia celebra la Jornada Mundial por la Paz. Todos queremos un mundo mejor. Todos queremos que Dios nos bendiga y bendiga a los demás. Pero esto solo es posible cuando trabajamos por la paz, no la paz que da el mundo –la que se basa en un equilibrio de egoísmos–, sino la que nos trajo Jesucristo y que se basa en la victoria del amor sobre todo pecado: cuando nuestra vida, como la de Santa María, está alineada con la voluntad de Dios.
Consejo de la semana: Revisa como vives el momento del Rito de la paz dentro de la Misa. ¿Eres consciente de que no se trata de un saludo sin más –por más cariñoso y genuino que sea– sino de comunicar a los demás la paz de Cristo que el sacerdote nos ha participado (“La paz del Señor esté con ustedes”)? Dar la paz al hermano que está junto a ti en la Misa significa dejar que Cristo reviva su Misterio Pascual en ti, venciendo todo pecado y transformándote según la voluntad de Dios.
En la Misa de clausura del Encuentro mundial de las familias de 2015 en Filadelfia el Papa nos dio una bella catequesis sobre la familia. Meditemos algunas de sus palabras: «La familia tiene carta de ciudadanía divina. ¿Está claro? La carta de ciudadanía que tiene la familia se la dio Dios, para que en su seno creciera cada vez más la verdad, el amor y la belleza. […] Dios no quiso venir al mundo de otra forma que no sea por medio de una familia. Dios no quiso acercarse a la humanidad sino por medio de un hogar. Dios no quiso otro nombre para sí que llamarse Emmanuel (Mt 1,23), es el Dios-con-nosotros. Y este ha sido desde el comienzo su sueño, su búsqueda, su lucha incansable por decirnos: “Yo soy el Dios con ustedes, el Dios para ustedes”. Es el Dios que, desde el principio de la creación, dijo: “No es bueno que el hombre esté solo” (Gn 2,18a), y nosotros podemos seguir diciendo: No es bueno que la mujer esté sola, no es bueno que el niño, el anciano, el joven estén solos; no es bueno. Por eso, el hombre dejará a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y los dos no serán sino una sola carne (cf. Gn 2,24). Los dos no serán sino un hogar, una familia». ¿Tengo claro cual es mi misión dentro de mi familia?
Consejo de la semana: El Papa Francisco en muchas ocasiones al hablar de la familia nos ha invitado a meditar sobre tres palabras. En su catequesis del 13 de mayo de 2015 nos decía: «(1) Permiso. Cuando nos preocupamos por pedir gentilmente eso que quizá creemos que merecemos, ponemos una defensa real en el espíritu de la convivencia matrimonial y familiar. (2) Gracias. Debemos ser intransigentes sobre la educación en la gratitud, en el reconocimiento: la dignidad de las personas y la justicia social pasan ambas por aquí. (3) Perdón. Palabra difícil, sí, pero también necesaria. Cuando falta, pequeñas grietas se engrandecen –aún sin quererlo– hasta convertirse en fosas profundas». Aprovecha estos días para repasar en tu oración cómo vives estas tres palabras en tu familia. Haz propósitos concretos y compártelos con los demás miembros de tu hogar.
En su homilía en la Misa de Nochebuena del año 2020 nos dijo el Papa Francisco: «En Belén, que significa “Casa del Pan”, Dios está en un pesebre, recordándonos que lo necesitamos para vivir, como el pan para comer. Necesitamos dejarnos atravesar por su amor gratuito, incansable, concreto. Cuántas veces en cambio, hambrientos de entretenimiento, éxito y mundanidad, alimentamos nuestras vidas con comidas que no sacian y dejan un vacío dentro. El Señor, por boca del profeta Isaías, se lamenta de que mientras el buey y el asno conocen su pesebre, nosotros, su pueblo, no lo conocemos a Él, fuente de nuestra vida (cf. Is 1,2-3). Es verdad: insaciables de poseer, nos lanzamos a tantos pesebres de vanidad, olvidando el pesebre de Belén. Ese pesebre, pobre en todo y rico de amor, nos enseña que el alimento de la vida es dejarse amar por Dios y amar a los demás. Jesús nos da el ejemplo: Él, el Verbo de Dios, es un infante; no habla, pero da la vida. Nosotros, en cambio, hablamos mucho, pero a menudo somos analfabetos de bondad». Que nuestra comunidad parroquial y cada uno de nuestros hogares sea un Belén donde —en cada uno de nosotros— Jesús siga amando y dejándose amar. ¡Feliz Navidad!
Consejo de la semana: Saca tiempo estos días para visitar con toda tu familia algunos de los nacimientos más hermosos y completos que se montan cada año en San Juan. Aprovecha la oportunidad para meterte en las escenas y orar un rato. Puedes visitar, entre otros: Siervas de María, Calle Fortaleza No. 1, Viejo San Juan y Hogar Santa Teresa Jornet, Carr. 176 Km 3.8, Cupey.
En la homilía que pronunció en el Santuario de El Cobre, Cuba, el 22 de septiembre de 2015, comentando este pasaje, el Papa Francisco nos dijo: «El Evangelio que escuchamos nos pone de frente al movimiento que genera el Señor cada vez que nos visita: nos saca de casa. Son imágenes que una y otra vez estamos invitados a contemplar. La presencia de Dios en nuestra vida nunca nos deja quietos, siempre nos motiva al movimiento. Cuando Dios visita, siempre nos saca de casa. Visitados para visitar, encontrados para encontrar, amados para amar. […] Estamos invitados a «salir de casa», a tener los ojos y el corazón abierto a los demás. Nuestra revolución pasa por la ternura, por la alegría que se hace siempre projimidad, que se hace siempre compasión —que no es lástima, es padecer con, para liberar— y nos lleva a involucrarnos, para servir, en la vida de los demás». ¿He recibido la visita del Señor en mi vida? ¿Me ha «sacado de casa» para servir? ¿Vivo la ternura, la alegría que se hace projimidad?
Consejo de la semana: Te invito a vivir esta Navidad como lo hizo María. Ora en silencio antes de comenzar tu día, antes de que la algarabía, las voces, los medios de comunicación ocupen tus sentidos. Medita en la invitación que Dios te hace para que lo acojas en tu vida ese día. Déjate visitar por Jesús. Toma como base el evangelio de la Misa del día. Y escucha al Espíritu antes de dar tu respuesta, antes de dar tu «sí», como María, a Dios. Hazte consciente que esa respuesta se hará concreta en tus palabras y acciones a lo largo del día. Luego, antes de ir a descansar en la noche, dedica un par de minutos a repasar tu día y cómo compara tu respuesta vivida contra la respuesta que diste en la oración. Pide perdón y ayuda por lo que no fue coherente y agradece por todo lo demás. Disfruta según va creciendo tu acogida de Dios, de su voluntad.
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